Vol. 1 Núm. 137 (2006): Identidad y autonomía
El movimiento indígena ha mostrado en varias regiones del continente capacidad de acción, persuasión simbólica y definición política en la construcción de proyectos de ciudadanía alternativos que han afectado inevitablemente diversos campos culturales en la sociedad.
El neozapatismo es muestra de esto. Ha podido levantarse como un referente político, social y cultural para muchos grupos e individuos, tanto urbanos como rurales, trabajadores y empleados, mujeres y jóvenes, campesinos y clases medias, nacionales e internacionales, que ha servido para transformar al menos visiones del mundo.
Pero tal capacidad no encontró un sendero fácil para andar. A mediados de 2005, el EZLN informó la apertura de una nueva etapa en la estrategia neozapatista. Había concluido una fase que duró diez años, desde 1995, en la cual el objetivo fundamental fue organizar, convocar y generar modificaciones y reformas a la Constitución para reivindicar los derechos básicos en materia de cultura indígena. Distintas estrategias se diseñaron en medio de acciones de resistencia, de tensiones políticas y militares, escisiones internas y conformación de alianzas. Se reanudaron las presiones para que el Congreso votara una Ley que beneficiara a los indígenas de México. No se hizo así. Los zapatistas se replegaron en apariencia, pero reinventaron una estrategia que buscó consolidar los municipios autónomos y crearon las juntas de buen gobierno que llamaron Los Caracoles. En la práctica los indígenas estaban ejerciendo los derechos de autonomía, autodeterminación y control territorial. Una concepción distintiva de ciudadanía tanto colectiva como civil.